Las pieles de un abrigo

"Bosque con ciervo, conejo, ardilla y herrerillo", dibujo de Erik con 5 años.

Internet me ha brindado la oportunidad de conocer a personas maravillosas. Y en esta ocasión me gustaría presentar la labor que tres mujeres realizan en defensa de los animales.

Me refiero a:
Paloma, quien desde su blog La galga lluenta lidera campañas de protección y acogida de animales.
Fátima Collado, mamá del campeón Mikel, creativa infatigable  e incansable por defender a los animales.
Melisa Tuya, periodista, mamá de otro súper-campeón, y promotora del blog En busca de una segunda oportunidad en el diario digital 20 minutos.

A ellas les dedico con todo mi cariño el cuento "Las pieles de un abrigo". Ay, sé que hay cositas por corregir, pero espero que os guste. Besotes desde aquí.

LAS PIELES DE UN ABRIGO

Encontré la carta de Petra Kowalski al llegar a casa horas después de atropellarla. Acababa de mudarme a ese piso y nadie, mucho menos ella, tenía mi dirección. Pero ahí estaba el sobre negro sin sellos que sobresalía del buzón por su gran tamaño. Tiré de él con las manos sudadas. Mi dirección estaba escrita con rotulador plateado. Las emes de “Mathilde” y de “Müller” habían quedado bastante rimbombantes. Al darle la vuelta descubrí con horror el remite: me habían estado espiando. Temblaba mucho más que cuando había acelerado el coche en el momento en el que Petra Kowalski cruzaba una calle. Ahí había quedado su cuerpo tendido con las piernas dobladas en una posición un tanto cómica. El pelo revuelto le tapaba un ojo. Por el otro, manaba la sangre que oscurecía el asfalto. Pero no detuve el coche robado para mirar más detalles. Tenía que estar muerta, ¿o no?

Había conocido a Petra Kowalski por medio de Internet. Ella participaba con asiduidad en el foro de Alerta Felina, una página web que creé para difundir las amenazas que pesan sobre los gatos domésticos. Las dos habíamos perdido a nuestras mascotas.

Mi “Apolo” había desaparecido un martes de julio. El primer día no me inquieté demasiado. Pensé que se habría entretenido, que ya volvería por la noche o a la mañana siguiente. Como no fue así, imprimí carteles dispuesta a empapelar los semáforos, señales y troncos de árboles de mi barrio, una zona tranquila del norte de la ciudad poblada de casitas con jardín. Entonces comprobé que mi “Apolo” no era el único.

Me puse en contacto con los propietarios y nació Alerta Felina con participantes de toda la ciudad. Poco a poco salieron a la luz detalles que fuimos contrastando. Yo recordé que, el mismo día de la desaparición de mi “Apolo”, una empresa de recogida de ropa usada había dejado una hoja informativa en el buzón. Hasta me había hecho gracia encontrarme en la puerta con una cesta muy parecida a la que le regalé a mi “Apolo” por su segundo cumpleaños. Otros lo confirmaron. Alguien añadió haber encontrado tirado en la calle un spray con gas paralizante. Atamos cabos: los de la recogida de ropa debían de ser los raptores de nuestras mascotas. El foro de Alerta Felina ardía por momentos, todos estábamos horrorizados. La que más, aparte de mí, Petra Kowalski.

Petra Kowalski fue desde el principio singular. Destilaba seducción a la hora de chatear o de enviarme sus mails. Empezó hablándome de su gatita “Tasia”, de su pelaje oscuro, de cómo conseguía abrir las puertas saltando sobre el picaporte... En fin, me habló de lo vacía que sentía su existencia sin ella, al igual que me pasaba a mí sin mi “Apolo”. Poco a poco el tono fue cambiando. Había más intimidad, algunas confidencias respecto a su gusto por las mujeres. Y yo me fui enamorando de ella correo va, correo viene.

No me atrevía a pedirle una cita y conocernos en persona. Así que investigué un poco hasta descubrir su dirección. Dediqué muchas horas a seguirla en los meses de septiembre y octubre. Me encantaba observar su andar elástico o la forma que tenía de ladear la cabeza cuando el viento la despeinaba. Sus ojos rasgados y el pelo cobrizo me recordaban a “Apolo”. ¡Cuántas veces soñé con ella acurrucada a los pies de mi cama! La imaginaba suave y sumisa ante mi caricias. Tenía que censurar mis pensamientos, pues subían de tono con tal intensidad que me humedecían hasta tener que aplacarme. ¿No sería maravilloso que pudiéramos vivir juntas? Pensaba en ella a todas horas, pero el hecho de saber que nunca iba a ser capaz de declararle mi amor me atormentaba. Tenía que conformarme con sus correos y con seguirla en silencio, guardando las distancias. Me sentía una sonámbula entre las sombras del deseo, creía escuchar su voz, la llamaba en sueños.

La llegada de los primeros fríos encendió una lucecita de alerta en mi mente alborotada. Descubrí con horror que Petra gustaba de envolver su figura en diferentes abrigos. Un día de mutón, otro de chinchilla, al siguiente de zorro. Dios mío, se vestía con pieles. ¿Cómo podía ser capaz de semejante salvajada? Mi Petra ideal se estaba desmoronando, me costaba identificarla con la mujer amante de los animales cada vez que me escribía. La alarma se disparó cuando la vi enfundada en un chaquetón de pelo angoreño. Había sido confeccionado con los lomos de diferentes animales. Casi podría asegurar que se trataba de gatos. Y no sólo eso. El pelaje naranja atigrado que protagonizaba la espalda del abrigo de Petra Kowalski me resultaba demasiado familiar. Apreté los puños con furia, empecé a pensar que se había estado burlando de mí. Claro, por eso se mostraba tan amigable, quería ganarse mi confianza. Menuda hipócrita. La muy ladina estaba implicada. Es más, ¿sería Petra Kowalski el cerebro del grupo de cazadores de gatos?

Mi obsesión por ella fue si cabe en aumento. Me sentía tan confundida... Si chateábamos, me reafirmaba en su imagen tierna y, en cierta medida, desvalida. De sus palabras se desprendía la soledad sin su mascota, su interés creciente hacia mí. Al momento me identificaba con ella. Pero en cuanto apagaba el ordenador volvía la rabia. Ahí estaba bien presente mi visión de Petra con su abrigo. ¿Estaba jugando conmigo al gato y al ratón?

Días después la vi encontrarse en un café con un tipo pálido. Tenía un aire eslavo, y a mí su aspecto me resultó siniestro. Sin embargo, Petra parecía sentirse a gusto con él. Reían con complicidad. ¿Qué se traerían entre manos?, ¿sería él acaso un miembro de su organización? Cuando los vi besarse, mi imaginación se desbocó. ¿No me había confesado Petra que no había nadie en su vida?, ¿no me había hecho entender que sus gustos se inclinaban hacia las mujeres? Una falsa, eso es lo que era. Seguramente que se dedicaban juntos a vender las pieles de los gatos en el mercado negro de los países del Este. Cuántas sospechas, qué celos. Observaba a los dos bien compinchados, con las manos cogidas, un sorbo a la taza de té, otra caricia, miradas encendidas... y no podía soportar sentirme así de engañada. Estuve a punto de dirigirme hacia ellos para decirles cuatro verdades a la cara, gritarle a Petra que la amaba. Pero me contuve. Un poco más de paciencia, me dije. Entonces el eslavo se levantó y salió a la calle. Lo vi dirigirse hacia su vehículo. Era una furgoneta. En el lateral podía leerse: “Lo que no uses, S.L. Recogida a domicilio de ropa usada”.
¿Qué más pruebas necesitaba?

Todo se precipitó al día siguiente. Me disponía a salir cuando me pareció notar algo detrás de la puerta. Me agaché al abrir, y el gas paralizante impactó en el marco de madera. El atacante huyó, no pude verlo bien, pero no eran ni Petra ni el eslavo. Cualquier otro miembro más, desde luego. Habían tratado de eliminarme y me envalentoné. Ya no tenía dudas de que había averiguado la verdad, esta vez tenía que adelantarme yo. Por eso planeé cambiarme de vivienda y deshacerme de Petra Kowalski.

Qué rápido había pasado todo, pensé con el sobre negro entre las manos. Seguramente que habría amenazas en su interior, ¿por qué si no utilizar el color del mal agüero? Conocían mi dirección, pero no podía derrumbarme. Y subí las escaleras para acomodarme en el sofá de mi nuevo piso alquilado.
Abrí el sobre con determinación. Había una carta y la planilla fotocopiada de un reportaje de la revista Focus. Se titulaba “Cazadores de gatos atrapados”. Bien documentado y detallado, se exponía la desarticulación de la red. Mi nombre aparecía en varias ocasiones. Se elogiaba mi labor y la de Alerta Felina. En el artículo aparecían también las fotos de los detenidos. Me pareció reconocer en uno de los hombres a mi atacante.

Con la respiración entrecortada, leí la carta de Petra Kowalski:

Querida Mathilde,
Sé que te alegrará tanto conocer que los “cazagatos” han sido descubiertos, que me perdonarás que haya actuado en tu nombre. Ya ves, tengo un buen amigo periodista que ha estado unos cuantos meses investigando. ¡Incluso montó una empresa ficticia de recogida de ropas usadas para introducirse en el sector! La revista sale pasado mañana, pero te he conseguido una fotocopia del reportaje que se incluirá. ¡Qué bien!, ¿no?
Tenemos que conocernos. Yo lo intenté una vez; me presenté en tu casa, pero me encontré con el camión de mudanzas. Ellos me dieron tu nueva dirección. Luego quise esperar a que se resolviera todo. Te dejo mi teléfono. Llámame y quedamos.
Bueno, espero que no te haya impresionado el sobre negro. Es por el luto que le guardo a mi gatita “Tasia”. Aunque, gracias a tu ayuda, lo estoy superando.
Besos y hasta pronto, Petra.

De pronto tuve una idea. ¿Y si hubiera estado siguiendo a otra Petra Kowalsky? Con ese pensamiento me tranquilicé. Así que conecté el ordenador con la intención de contestar a su carta por email y concretar una cita.