Primer día de cole

Hay días inolvidables. He vivido muchos de ellos, aunque la magnitud del primer día de cole de Erik brilla casi con la misma intensidad que el día de su nacimiento, cuando lo tuve por primera sobre mi pecho.

Pensaréis que soy tontorrona, pero todavía me tiemblan las manos y las mariposillas de la tripa aletean dichosas.

Uf, la noche anterior no pude dormir.

Y lloré, lloré muchísimo por todo lo que hemos vivido hasta ahora con Erik.

Por mi cabeza pasaron miles de imágenes en un proceso un tanto febril: el parto que casi nos costó la vida a los dos, sus siete primeros meses de llanto sólo acallado con balanceos interminables o el pezón en la boca, la primera sonrisa social, las hileras de cucharas, nuestros juegos con los Lego, las horas de terapia, las primeras palabras, retazos de cientos de conversaciones, los abrazos, los besos, las miradas vacías del principio, el terror a los ruidos, sus ojos azules intensos mirándonos, la superación del terror a los ruidos, su capacidad de cálculo mental, sus dibujos, la primera excusión, las vacaciones que llegaron después, las escaleras metálicas de los aeropuertos, las risas compartidas, generadores de todas las clases, tubos, tubitos y tuberías, búsqueda de tesoros juntos, el Kindergarten… y, ¿cómo sería el primer día de cole?

Los nervios estaban ahí, a pesar de que todo estaba muy bien organizado (ver preparando el cole).

A las diez de la mañana comenzaba la Einschulung, es decir, la fiesta de escolarización en el salón de actos del cole. Un sitio cerrado, lleno de gente donde había que estar tranquilo y callado mientras los niños de segundo actuaban en el escenario o la directora hablaba sin parar con el micrófono. El acto comenzó cuarenta minutos más tarde de lo previsto, pues faltaban sillas para mucha gente. Imaginad las veces que Erik miró el reloj, “mamá, son las diez y diez, son las diez y doce, son las….”, con el jaleo de cambiar una y otra vez de sitio mientras se acoplaban nuevos asientos. Hasta que se me ocurrió decir que el acto comenzaba con “el juego de incorporar nuevas sillas y buscar nuevo asiento”. Funcionó. Vaya que sí. Y empezó.

Si la directora preguntaba algo, Erik contestaba… cuando los nenes actuaban, Erik describía qué estaban haciendo. Se le oía bien, jaja. Se asustó muchísimo con el sonido de un gong, y la educadora se dio cuenta de inmediato y se paró el gong. Tras más de una hora, nos salimos a tomar aire… Erik necesitaba un respiro y un chocolatito de su cucurucho de regalos. Después, entramos de nuevo y cuando lo nombraron subió todo orgulloso al escenario.

Por fin llegó el momento de que fuera con sus compañeritos a su clase, feliz, contento y sin problemas. Al fin se sentía a sus anchas.

Esta mañana, a las ocho menos diez, estábamos ahí. Qué carita de felicidad con su cartera. Qué ganas tenía de ir… A la una lo recogeré, comeremos en casa y tendremos toda la tarde para nosotros. Así serán nuestros siguientes días: de 08:00 a 13:00 en el cole. La semana que viene retomaré la terapia dos tardes por semana, y me encargaré yo. Poco a poco todo para irnos adaptando a la nueva rutina, con muchas ganas de enfrentarnos a esta nueva fase y seguir como siempre: ADELANTE.